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 Estás en: "SITUACIÓN" > "EMBALSE DE vILLAMECA" > "VIAJE A OLIEGOS"

 



 Viaje a Oliegos:

Tomás Álvarez. (Artículo publicado en el Diario de León. Noviembre de 1999)
 
 El nombre de Oliegos ya aparece en el siglo XII, cuando los vecinos dotaron ampliamente una
 iglesia y la cedieron al Obispado de Astorga. Éste les concedió un clérigo para hacer los oficios religiosos, y les impuso la contribución de diezmos, con dependencia de la iglesia de Santiago, en Palaciosmil: . “decimas et primicias cum omnibus directuris eclesiae pertinentibus praefectae ecclesiae Sancti Jacobi de Palaciomir fideliter offeratis”.

Pero Oliegos ya debía tener entonces muchos siglos de existencia. Su nombre tiene resonancias prerromanas. Tal vez derive de una partícula ol, que tendría un significado de fluir, de donde ha llegado el uso de la palabra olla, en diversos lugares de Occidente como lugar profundo con agua, e incluso barranco encajonado en el que fluye una corriente, como es el caso del río Valle en las inmediaciones. 
Una segunda posibilidad sería la de un origen vinculado a leuco, que en latín tardío significaba baldío. En catalán llecol sigue siendo terreno pizarroso e inculto, y en el diccionario castellano de María Moliner también aparece liego como erial. 
Finalmente, la vinculación más hermosa sería con la palabra coleiegus divinidad indígena astur detectada en el Bierzo.
Sea cual sea el origen, aquel pueblo que en siglo XII quería tener su propia iglesia fue creciendo en un bellísimo rincón de la Cepeda, hasta que un fatídico sino truncó su existencia secular.
 

 

 Hace ahora cincuenta y siete años,(en 1999) los hombres de Oliegos recogían su ultima cosecha de centeno, y estaban ya apilando aperos y utensilios para su hégira hacia el sur. La construcción del Pantano de Villameca les obligó a desalojar el valle. En el amanecer del 28 de noviembre de 1945 dejaron su otero, apostado en la solana de una montaña pizarrosa, y emprendieron camino hacia Valladolid.
Desde aquella madrugada en que los de Oliegos se subieron a un tren de 30 vagones, estacionado en Porqueros, quedó en nuestras carnes –incluso en las carnes de quienes aún no habíamos visto la luz— el dolor por la forzada ausencia, un dolor que aflige a los cepedanos cada vez que se oye el nombre del pueblo.

¿Cómo era Oliegos?. En el catastro de Ensenada, en el siglo XVIII se nos presenta como lugar perteneciente al señorío de la marquesa de Astorga; tierra de ferreñales (cultivos de forraje) prados de regadío y secano y tierra montuosa de abundantes urces. Sus producciones básicas eran centeno y hierba. Contaba con numerosas colmenas y ganado vacuno, caballar, 
cabrío y de cerda. Entonces habitaban allí 21 vecinos, en 36 edificaciones. 
Existían 10 molinos y una taberna. Atendían al lugar dos clérigos. Los lugareños pagaban a la iglesia diezmos, primicias y voto de Santiago, tributos que se repartían con la Encomienda de San Juan. El Común disponía de 200 reales para el Corpus y algo más para letanías. A la marquesa de Astorga se le pagaban 183 reales por alcabalas, y a las Arcas 99 reales por el impuesto de cientos, 180 reales por sisas, 59 reales por servicio real y 49 por utensilios.
Casi cien años más tarde, según datos del Diccionario de Madoz, el lugar había progresado. Habitaban allí 34 vecinos, 146 personas. A su producción anterior habían añadido otro producto básico: la patata. El Diccionario indica que también que se criaban ganados y se daba la caza, describiendo al lugar como sano y de excelentes aguas potables.
Tras aquel censo, Oliegos siguió creciendo lentamente cien años más, hasta su final.
Este año al no haberse llenado el pantano de Villameca, es muy fácil descubrir los restos de Oliegos en la parte posterior del embalse. Quedan perfectamente dibujadas las calles, los planos de las casas, e incluso se descubre fácilmente el espacio alargado de su vieja iglesia.

Al lado del pueblo se detectan los molinos, los cierros de los prados, los puentes y la magnífica calzada que proseguía valle arriba en dirección a Los Barrios. En un paisaje solitario, bello y melancólico.

Se puede llegar allí dando un largo paseo por el borde del pantano, siguiendo la orilla del agua, en dirección al río Valle. También se puede acceder fácilmente desde Palaciosmil, por una hermosa ruta practicable en automóvil.
Merece la pena pasear entre las laderas del valle, descubrir las obras de ingeniería de los viejos caminos cercanos a la corriente de agua, escuchar la maravillosa sinfonía del agua y de los pájaros en un paraíso para unos perdido y para otros hallado... Y luego, de vuelta al caer la noche, parar en alguna de las tabernas de Villamejil a combatir la melancolía con un 
excelente pulpo a feira, unas sopas o una sencilla chuleta de ternera de la tierra con patatas de la tierra.

A la melancolía hay que combatirla en las fraguas del estomago.
No obstante, al avanzar hacia el sur por la carretera de Pandorado, en dirección a Astorga, tal vez la añoranza nos vuelva a inundar, una añoranza como la de Augusto Quintana, quien al ver la hégira de los de Oliegos escribió:

 

EN MARCHA
Yo vi, a la clara luz de la mañana,
tibia y rosada, de incipiente invierno,
fornidos hombres, en lenguaje tierno,
el adiós dar postrero a su besana.
Yo vi a toda mujer –joven o anciana-
llorando, en fuerza de calor materno,
protestar y jurar amor eterno
a su iglesia, a su vida, a su fontana…
Yo los vi caminando: silenciosos;
la cabeza doblada, tardo el paso
y, por el llanto, con los ojos ciegos…
Y si al marchar, sonaba por acaso
algún nombre en sus labios temblorosos,
sólo pude escuchar el tuyo, “Oliegos”.

 




 

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